Manifiesto
de Carúpano
Ciudadanos:
Infeliz del magistrado que autor de las
calamidades o de los crímenes de su Patria se ve forzado a defenderse ante el
tribunal del pueblo de las acusaciones que sus conciudadanos dirigen contra su
conducta; pero es dichosísimo aquel que corriendo por entre los escollos de la
guerra, de la política y de las desgracias públicas, preserva su honor intacto
y se presenta inocente a exigir de sus propios compañeros de infortunio una
recta decisión sobre su inculpabilidad.
Yo he sido elegido por la suerte de las armas
para quebrantar vuestras cadenas, como también he sido, digámoslo así, el
instrumento de que se ha valido la providencia para colmar la medida de
vuestras aflicciones. Sí, yo os he traído la paz y la libertad, pero en pos de
estos inestimables bienes han venido conmigo la guerra y la esclavitud. La
victoria conducida por la justicia fue siempre nuestra guía hasta las ruinas de
la ilustre capital de Caracas, que arrancamos de manos de sus opresores. Los
guerreros granadinos no marchitaron jamás sus laureles mientras combatieron
contra los dominadores de Venezuela, y los soldados caraqueños fueron coronados
con igual fortuna contra los fieros españoles que intentaron de nuevo
subyugarnos. Si el destino inconstante hizo alternar la victoria entre los enemigos
y nosotros, fue sólo en favor de pueblos americanos que una inconcebible
demencia hizo tomar las armas para destruir a sus libertadores y restituir el
cetro a sus tiranos.
Así, parece que le cielo para nuestra
humillación y nuestra gloria ha permitido que nuestros vencedores sean nuestros
hermanos y que nuestros hermanos únicamente triunfen de nosotros. El Ejército
Libertador exterminó las bandas enemigas, pero no ha podido exterminar unos
pueblos por cuya dicha ha lidiado en centenares de combates. No es justo
destruir los hombres que no quieren ser libres, ni es libertad la que se goza
bajo el imperio de las armas contra la opinión de seres fanáticos cuya
depravación de espíritu les hace amar las cadenas como los vínculos sociales.
No os lamentéis, pues, sino de vuestros
compatriotas que instigados por los furores de la discordia os han sumergido en
ese piélago de calamidades, cuyo aspecto sólo hace estremecer a la naturaleza,
y que sería tan horroroso como imposible pintaros. Vuestros hermanos y no los
españoles han desgarrado vuestro seno, derramando vuestra sangre, incendiando
vuestros hogares, y os han condenado a la expatriación. Vuestros clamores deben
dirigirse contra esos ciegos esclavos que pretended ligaros a las cadenas que
ellos mismos arrastran; y no os indignéis contra los mártires que fervorosos
defensores de vuestra libertad han prodigado su sangre en todos los campos, han
arrostrado todos los peligros, y se han olvidado de sí mismos para salvaros de
la muerte o de la ignominia. Sed justos en vuestro dolor, como es justa la
causa que lo produce.
Que vuestros tormentos no os enojen,
ciudadanos, hasta el punto de considerar a vuestros protectores y amigos como
cómplices de crímenes imaginarios, de intención, o de omisión. Los directores
de vuestros destinos no menos que sus cooperadores, no han tenido otro designio
que el de adquirir una perpetua felicidad para vosotros, que fuese para ellos
una gloria inmortal. Mas, si los sucesos no han correspondido a sus miras, y si
desastres sin ejemplo han frustrado empresa tan laudable, no ha sido por efecto
de ineptitud o cobardía; ha sido, sí, la inevitable consecuencia de un proyecto
agigantado, superior a todas las fuerzas humanas. La destrucción de un
gobierno, cuyo origen se pierde en la oscuridad de los tiempos; la subversión
de principios establecidos; la mutación de costumbres; el trastorno de la
opinión, y el establecimiento en fin de la libertad en un país de esclavos, es
una obra tan imposible de ejecutar súbitamente, que está fuera del alcance de
todo poder humano; por manera que nuestra excusa de no haber obtenido lo que
hemos deseado, es inherente a la causa que seguimos, porque así como la
justicia justifica la audacia de haberla emprendido, la imposibilidad de su
adquisición califica la insuficiencia de los medios. Es laudable, es noble y
sublime, vindicar la naturaleza ultrajada por la tiranía; nada es comparable a
la grandeza de este acto y aun cuando la desolación y la muerte sean el premio
de tan glorioso intento, no hay razón para condenarlo, porque no es lo
asequible lo que se debe hacer, sino aquello que el derecho nos autoriza.
En vano, esfuerzos inauditos han logrado
innumerables victorias, compradas al caro precio de la sangre de nuestros
heroicos soldados. Un corto número de sucesos por parte de nuestros contrarios,
ha desplomado el edificio de nuestra gloria, estando la masa de los pueblos
descarriada por el fanatismo religioso, y seducida por el incentivo de la
anarquía devoradora. A la antorcha de la libertad, que nosotros hemos
presentado a la América como la guía y el objeto de nuestros conatos, han
opuesto nuestros enemigos la hacha incendiaria de la discordia, de la
devastación y el grande estímulo de la usurpación de los honores y de la
fortuna a hombres envilecidos por el yugo de la servidumbre y embrutecidos por
la doctrina de la superstición: ¿Cómo podría preponderar la simple teoría de la
filosofía política sin otros apoyos que la verdad y la naturaleza, contra el
vicio armado con el desenfreno de la licencia, sin más límites que su alcance y
convertido de repente por un prestigio religioso en virtud política y en
caridad cristiana? No, no son los hombres vulgares los que pueden calcular el
eminente valor del reino de la libertad, para que lo prefieran a la ciega
ambición y a la vil codicia. De la decisión de esta importante cuestión ha
dependido nuestra suerte; ella estaba en manos de nuestros compatriotas que
pervertidos han fallado contra nosotros; de resto todo lo demás ha sido
consiguiente a una determinación más deshonrosa que fatal, y que debe ser más
lamentable por su esencia que por sus resultados.
Es una estupidez maligna atribuir a los
hombres públicos las vicisitudes que el orden de las cosas produce en los
Estados, no estando en la esfera de las facultades de un general o magistrado
contener en un momento de turbulencia, de choque, y de divergencia de opiniones
el torrente de las pasiones humanas, que agitadas por el movimiento de las
revoluciones se aumentan en razón de la fuerza que las resiste. Y aun cuando graves
errores o pasiones violentas en los jefes causen frecuentes perjuicios a la
República estos mismos perjuicios deben, sin embargo, apreciarse con equidad y
buscar su origen en las causas primitivas de todos los infortunios: la
fragilidad de nuestra especie, y el imperio de la suerte en todos los
acontecimientos. El hombre es el débil juguete de la fortuna, sobre la cual
suele calcular con fundamento muchas veces, sin poder contar con ella jamás,
porque nuestra esfera no está en contacto con la suya de un orden muy superior
a la nuestra. Pretender que la política y la guerra marchen al grabo de
nuestros proyectos, obrando a tientas con sólo la pureza de nuestras
intenciones, y auxiliados por los limitados medios que están a nuestro
arbitrio, es querer lograr los efectos de un poder divino por resortes humanos.
Yo, muy distante de tener la loca presunción
de conceptuarme inculpable de la catástrofe de mi Patria, sufro al contrario,
el profundo pesar de creerme el instrumento infausto de sus espantosas miserias;
pero soy inocente porque mi conciencia no ha participado nunca del error
voluntario o de la malicia, aunque por otra parte haya obrado mal y sin
acierto. La convicción de mi inocencia me la persuade mi corazón, y este
testimonio es para mí el más auténtico, bien que parezca un orgulloso delirio.
He aquí la causa porque desdeñando responder a cada una de las acusaciones que
de buena o mala fe se me puedan hacer, reservo este acto de justicia, que mi
propia vindicta exige, para ejecutarlo ante un tribunal de sabios, que juzgarán
con rectitud y ciencia de mi conducta en mi misión a Venezuela. Del Supremo
Congreso de la Nueva Granada hablo, de este augusto cuerpo que me ha enviado
con sus tropas a auxiliarlos como lo han hecho heroicamente hasta expirar todas
en el campo del honor. Es justo y necesario que mi vida pública se examine con
esmero, y se juzgue con imparcialidad. Es justo y necesario que yo satisfaga a
quienes haya ofendido, y que se me indemnice de los cargos erróneos a que no he
sido acreedor. Este gran juicio debe ser pronunciado por el soberano a quien he
servido; yo os aseguro que será tan solemne cuanto sea posible, y que mis
hechos serán comprobados por documentos irrefragables. Entonces sabréis si he
sido indigno de vuestra confianza, o si merezco el nombre de Libertador.
Yo os juro, amados compatriotas, que este
augusto título que vuestra gratitud me tributó cuando os vine a arrancar las
cadenas, no será vano. Yo os juro que libertador o muerto, mereceré siempre el
honor que me habéis hecho, sin que haya protestad humana sobre la tierra que
detenga el curso que me he propuesto seguir hasta volver segundamente a
libertaros, por la senda del occidente, regada con tanta sangre y adornada de
tantos laureles. Esperad, compatriotas, al noble, al virtuoso pueblo granadino
que volará ansioso de recoger nuevos trofeos, a prestaros nuevos auxilios, y a
traeros de nueva la libertad, si antes vuestro valor no la adquiere. Sí, sí,
vuestras virtudes solas son capaces de combatir con suceso contra esa multitud
de frenéticos que desconocen su propio interés y honor; pues jamás la libertado
ha sido subyugada por la tiranía. No comparéis vuestras fuerzas físicas con las
enemigas, porque no es comparable el espíritu con la materia. Vosotros sois
hombres, ellos son bestias, vosotros sois libres, ellos esclavos. Combatid,
pues, y venceréis. Dios concede la victoria a la constancia.
Carúpano, septiembre 7 de 1814.
Bolívar
Bolívar
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