lunes, 15 de enero de 2018

EL ENSAYO

NATURALEZA Y FORMA DEL ENSAYO
«Así, lector, sabe que yo mismo soy el contenido de mi libro, lo cual no es razón para que emplees tu ocio en un asunto tan frívolo y tan baladí. Adiós, pues». Así concluye la presentación del famoso libro de Montaigne, Essais, editado en 1580, con el que el escritor francés inauguraba un nuevo género textual. De esa cita podríamos caracterizar los elementos esenciales del ensayo ortodoxo: a) subjetivismo y b) levedad temática.
Ezequiel Martínez Estrada dice respecto del referido escritor: «Cuenta, divaga, medita, se fastidia, y todo lo transmite con la frescura de los gestos y las palabras que habría empleado ante un interlocutor» (1953, p.X). De modo que el Ensayo en sus orígenes fue un texto que refería la realidad de manera epidérmica; un texto «conversacional», donde la palabra emergía sin muchas pretensiones persuasivas. Para utilizar un término tan caro a Mijaíl Bajtín, el Ensayo nace dialógico. Más que opinar, el ensayo promueve ideas, sin esperar adhesiones a ellas.
Para George Lukács el Ensayo es «un juicio, pero lo esencial en él, lo que decide su valor, no es la sentencia (...) , sino el proceso mismo de juzgar» (1975. p.25). El filósofo húngaro está ratificando el principio fundacional del ensayo: su propensión dialógica, su disposición a no ser más que un promotor de ideas, sin aspiraciones persuasivas. En oposición a los discursos monográficos, este texto no es persuasivo. Por carecer de conclusiones, deja abierta la discusión. Al final sólo plantea interrogantes, sin responderlas.
Tenemos, entonces, que textualmente el Ensayo puede ser definido de la siguiente manera: Es un texto compuesto por dos componentes: La presentación de una idea y la reflexión acerca de ella. Semánticamente se podría definir como un discurso con un tema globalizante, sobre el cual giran otros temas que ilustran el primero. Un Ensayo es siempre fiel a un tema y sobre él hace girar otros. No es que sea monotemático, sino  que tiene un tema focal. Desde el punto de vista pragmático, el Ensayo aspira tan sólo «mostrar o promover ideas». Su persuasión no llega a la solicitud de adherencia.
El ensayo no ha tenido variaciones trascendente en su forma textual, desde que Montaigne publicó su famoso libro. Las variaciones han estado más bien en el estilo.
Pudiéramos señalar algunos componentes estilísticos del Ensayo que han marcado la pauta de su variedad:
a) Fragmentariedad. La presencia de lo «frívolo y baladí» en la ensayística de Montaigne dio origen a que se la calificara de fragmentaria. Consideramos que ese fragmentarismo es sólo asunto de estilo. Siempre ha habido coherencia en el Ensayo, puesto que hay un factor conectante, la macroproposición globalizadora. Tal vez habría que estudiar esa cohesión a partir de una pragmática que propone este género, en sus comienzos. Los textos de Montaigne, como partían «de lo ya dado» (Cfr. Lukács, 1975), requerían de informaciones previas en el lector, para que éste produjera los sentidos.
b) Subjetividad. Este componente estilístico es clave en Montaigne. Genera una argumentación intimista, en la que se invita al lector a empatizar con el emisor. Para ese propósito, se acude al autotestimonio. Las ideas se promueven bajo el refrendado de las experiencias del autor.
c) Lo citativo. Las ideas que acuden al Ensayo pueden o no pueden ser de su emisor. Lo «ya dado» es ajeno. Esas ideas ajenas siempre están supeditadas a la idea asumida por el emisor. La intertextualidad es a veces la base fundamental del Ensayo.
De igual manera hay que señalar la presencia de una variedad de órdenes del discurso en el Ensayo. Un ensayo puede combinar órdenes como el narrativo, el descriptivo y el argumentativo o el expositivo.
Un señalamiento de José Luis Gómez Martínez (1981)  parece pertinente aquí. El ensayista no es un especialista; sí lo es, lo sería de la intepretación. El aspira al llamado "lector del común".  Por ello debe vadear el metalingüismo, aspirando a que su reflexión pueda acceder al mayor número de lectores. Por ello el aparataje de datos y constructos especializados casi no aparecen en sus textos. La voz del ensayista está situada en primer plano; las voces ajenas son importantes en tanto que le dan más eco a la del interpretante. Por eso las citas en el ensayo son escasas y cuando aparecen apenas si se referencia su fuente. Porque, en definitiva, importa el sujeto que se expresa, no los conceptos a los que alude. El conocimiento que se transmite no viene validado por la autoridad que la sanciona, sino por sentido de pertinencia del individuo que habla.
Afirma Gómez Martínez: " El ensayista es consciente de su limitación y, sin embargo, no duda en mostrar sus ideas en el mismo proceso de adquirirlas" (1981:38). Esta idea encierra un concepto clave para entender al ensayo como género textual. La verdad no es lo importante, sino su procesamiento. Cómo se mira el mundo es importante, más que pensar en lo se que mira. Esta idea puede potenciar a la investigación, en el sentido de que ella no se  prejuicia frente al conocimiento, sino que abre sus poros para que el mundo variopinto pueda ser asumido sin más límites que la imaginación.
¿Para qué le sirve el ensayo a la investigación? Para desarrollar vías alternas del conocimiento. Al lector para percatarse de que la vida de la investigación va más allá del dato. De que él puede ser ese "común" que sin ser especialista es capaz de dialogar con el sujeto que le habla.
Están, pues, bien delimitadas las fronteras entre estos textos. Unos (los monográficos) se sustentan en la objetividad, en el monetamatismo y el discurso disciplinar. El sujeto redactor prevalece en ensayo, en los otro éste es un ser que debe propender a la objetividad. Su intervención es sólo para poner en relación los datos que ha logrado reportar de la realidad o del universo espistemológico donde interactúa en virtud de habitar un espacio en algún paradigma científico.
¿Cuál es, entonces, el lugar de la monografía en la familia de textos que ha generado la investigación? Podría decirse que es un lugar de privilegio. Sobre todo, en los espacios universitarios, donde sus docentes ascienden u obtienen un título generalmente en virtud de las llamadas tesis que presenta. No toda tesis es una monografía, pero generalmente lo es. Sobre todo en aquellos espacios de las llamadas ciencias humanas, donde el sentido de la argumentación tiene altísima relevancia. Los estudiosos de la literatura, del lenguaje, los historiadores, sociólogos, etc. no trabajan con entidades materiales. Su unidades de estudios son más bien entidades ideológicas. Razón por la cual se ven impelidos a proponer hipótesis que deben ser probadas no sólo con lo datos, sino también con una empresa racional, donde los argumentos hablan con rotunda fuerza. 
Esta investigación parte de una premisa: lo que da singularidad a la monografía como texto distinto a los demás textos monográficos y al ensayo, es que su foco de interés está en la argumentación. Y aquí la argumentación debe confundirse con el orden discurso argumentativo. Se le concibe desde la perspectiva de la retórica, con toda la fuerza que ésta despliega para generar la persuasión.

La monografía es el género discursivo más exhaustivo de los discursos monográficos. No sólo habla de sus resultados, sino también de la ideología,  la metodología que van reportando los hallazgos y la manera como se producen los mismos.  

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